Nuestro mundo que tiene grandes posibilidades en todos
los ámbitos de la vida presenta un panorama social preocupante tanto a nivel
nacional como internacional. La injusticia social conlleva relaciones de
explotación y estructuras perversas, pero parte del egoísmo de los corazones.
Uno de los mayores anhelos de la humanidad es la promoción humana de los
pueblos subdesarrollados, víctimas de unos niveles de pobreza que no son
compatibles con los derechos humanos más básicos.
1. Qué entendemos por justicia social
Existe justicia social cuando la sociedad posibilita el
que cada persona, asociación o pueblo disponga de los medios necesarios según
su naturaleza y condición, para desarrollarse plenamente; a esto llamamos bien
común (G.S. 26,1; 74,1). Según la doctrina conciliar, el bien común conlleva
tres elementos esenciales: el respeto a la persona (actuar en conciencia,
respeto a la intimidad y libertad), el bienestar social y el desarrollo
(alimento, vestido, salud, educación, trabajo, familia, información, etc.) y la
paz (estabilidad y seguridad). La autoridad está para garantizar la justicia
social para la búsqueda del bien común.
2. Fundamentos de la justicia social
La revelación cristiana no sólo nos comunica que el amor
es la mediación de Dios, sino que lo comunica plenamente en la persona de
Jesucristo, "justicia de Dios". Por la entrega de Jesús de Nazaret
hasta dar la vida Dios hace justos a los que éramos pecadores; en consecuencia,
quien acoge el amor misericordioso de Dios ama a su prójimo (Mt. 25, 31-46). El
N.T. sitúa el Amor como el fundamento y la fuerza de la justicia. Las primeras
comunidades hacen de la comunión de bienes la expresión mayor de la justicia
distributiva (Hech. 4,3 2). Un dato nuclear en los Evangelios es la unión entre
la vida de Jesús, la experiencia de Dios como Abbá (Padre) y la cercanía a los
excluidos, enfermos, pobres y pecadores. Pertenece a la esencia de la fe
cristiana el considerar las relaciones con los demás como ámbito de experiencia
de Dios, y la lucha por la justicia como lo que valida la autenticidad de la
fe.
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